La Caja de Pandora en Medicina Veterinaria
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero en nuestra profesión, la curiosidad es la que nos mantiene vivos. Queremos saber más, entender mejor, salvar lo que parece insalvable. Sin embargo, cada veterinario, tarde o temprano, abre su propia Caja de Pandora, esa que, al destaparla, libera todas las sombras de esta hermosa pero despiadada profesión.
No es la medicina la que nos quiebra; es lo que viene con ella. Dentro de nuestra caja no hay solo enfermedades, diagnósticos y tratamientos, sino algo mucho más pesado: la impotencia, la frustración, la injusticia y, a veces, el desprecio. Nos preparan para salvar vidas, pero no nos advierten que, muchas veces, no nos dejarán hacerlo. Nos enseñan a curar, pero no nos enseñan a vivir con las decisiones de otros, aquellas que nos arrancan de las manos a un paciente que podríamos haber salvado.
Cuando abrimos nuestra Caja de Pandora, se escapan los clientes que creen saber más que nosotros porque leyeron en Google, los que exigen milagros pero no quieren pagar por ellos, los que nos culpan de sus propias negligencias y, lo peor de todo, los que nos miran con odio cuando debemos poner fin al sufrimiento de un animal. Nos llaman asesinos cuando, en realidad, somos los últimos en rendirnos.
Dentro de esa caja también está la carga emocional de cada paciente que se va, de cada caso que no salió como esperábamos, de cada batalla perdida. ¿Cómo se explica el vacío que deja en el pecho la muerte de un animal que luchamos por salvar? ¿Cómo se procesa el dolor de ver a una familia romperse en llanto mientras sostenemos la jeringa con la que terminaremos con el sufrimiento de su mejor amigo?
Y sin embargo, en el fondo de la caja, como en el mito griego, hay algo más. Algo que brilla incluso cuando todo parece derrumbarse. La esperanza.
Esperanza en los pacientes que sí logramos salvar, en las vidas que tocamos con nuestras manos, en cada cola que vuelve a moverse y en cada corazón que vuelve a latir. Esperanza en los dueños que entienden nuestro sacrificio, en los estudiantes que aún creen en esta profesión y en los colegas que, a pesar de todo, siguen luchando.
Nuestra Caja de Pandora ya está abierta y no hay forma de cerrarla. Pero mientras quede esperanza dentro, mientras quede amor por lo que hacemos, seguiremos adelante. Porque somos veterinarios, porque llevamos en el alma la lucha por aquellos que no tienen voz. Porque, a pesar del dolor, de las injusticias y del cansancio, sabemos que esta profesión vale cada lágrima, cada desvelo y cada herida.
Y aunque el mundo insista en ponernos de rodillas, siempre habrá algo dentro de nosotros que nos obligue a levantarnos. Porque, al final del día, somos los que elegimos quedarnos al lado de la esperanza.
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