Ensayo: Cuando el Error es Maestro y la Soberbia un Obstáculo
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Dicen que el conocimiento te da poder, pero el verdadero poder está en saber usarlo con humildad. En la medicina veterinaria, como en la vida, todos fallamos. A veces porque decidimos rápido, otras porque confiamos demasiado o simplemente porque aún no sabemos lo suficiente. Pero cuando presenciamos el error de otro colega, ¿cómo debemos actuar? ¿Desde la cima de un ego inflado o desde la compasión de quien también ha tropezado?
La respuesta es sencilla y brutalmente honesta: no somos Dios. Ni tú, ni yo, ni el PhD de peluquín que inspiró estas líneas con su falta de tacto y exceso de soberbia. Por eso, antes de levantar el dedo acusador, conviene mirarse las manos. Todos hemos tenido momentos donde, de haber sido grabados, nos habríamos ganado más de un meme y menos de una estrella.
El error ajeno no debe ser pretexto para juzgar, sino oportunidad para educar. Y esa educación no se grita en público ni se reparte con desprecio: se conversa, se comparte, se siembra. Porque muchas veces se aprende más de una herida bien entendida que de un caso que salió perfecto.
Los aciertos nos dan palmaditas en la espalda; los errores, si se los digiere bien, nos sacuden el alma y nos vuelven mejores.
A los estudiantes y futuros veterinarios, les dedico este ensayo con el corazón abierto. Ustedes no están entrando a un gremio perfecto. Aquí hay envidias, egos y, de vez en cuando, un doctorado que se cree intocable y anda más preocupado de que no se le caiga el peluquín que de tender la mano. Pero también hay gigantes silenciosos, colegas que se quitan horas de sueño para enseñarte con cariño, y maestros que no necesitan títulos para inspirar respeto.
Quédense con ellos. Aprendan de todos, incluso de los que les muestran cómo no ser.
Hablar de los errores debería ser parte habitual de nuestra formación. No para exhibir la vergüenza, sino para entender el proceso. A veces, una conversación honesta en una sala de descanso puede enseñar más que cien conferencias. El problema es que muchos prefieren callar por miedo al qué dirán, o peor aún, porque piensan que señalar al otro los hace ver más sabios. Pero no, señores. La verdadera sabiduría no busca luces: alumbra a otros. Y como decía un profesor que recuerdo con mucho cariño "el atorrante humilla y apaga, el piola te ilumina y te da ánimo".
¿Y qué hacer cuando vemos que otro colega se equivocó? Primero, respirar. Luego, analizar si esa persona necesita ayuda, apoyo o una conversación franca. No siempre será fácil. Algunos reaccionarán mal, otros lo agradecerán. Pero si lo hacemos desde el respeto, sin disfraces de superioridad, estaremos construyendo una profesión más humana, más humilde, más digna.
Finalmente, un mensaje para ese PhD en altanería que me empujó a escribir esto: no te deseo el mal… pero tampoco te deseo el bien jajajaja, porque mientras tú haces de juez, otros estamos ocupados en ser mejores médicos, mejores colegas y sobre todo, mejores humanos. Que el peluquín no se te vuele, pero que alguna vez el viento te despeine el ego.
Este ensayo no busca aplausos ni polémicas. Solo reflexión. Que cada quien se mire al espejo y decida de qué lado quiere estar: del que castiga el error ajeno o del que lo transforma en oportunidad. Yo ya elegí.
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