“ONG: ¿Ángeles de ayuda o cadenas del subdesarrollo?”
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Ecuador y América Latina han sido, durante décadas, territorio fértil para la siembra de discursos, agendas e intereses ajenos. Bajo la fachada de solidaridad, muchas organizaciones no gubernamentales (ONG) han penetrado nuestras sociedades con supuestos ideales de derechos humanos, defensa del “progreso” y acompañamiento social. Pero ha llegado el momento de preguntarnos sin miedo: ¿de qué progreso hablamos?, ¿quién financia realmente esas agendas?, ¿por qué los países del llamado “Tercer Mundo” no logran despegar mientras sus “defensores” siguen aterrizando en vuelos diplomáticos?
No todas las ONG son malas, eso está claro. Pero el problema es que aquellas que sí lo son —esas que operan como brazos encubiertos de intereses foráneos— gozan de impunidad, protección mediática y hasta reconocimiento gubernamental. Mientras tanto, bajo su sombra crecen el odio al orden, la justificación del crimen, el ataque constante a la familia, a la fe, a las instituciones.
En Ecuador, hemos sido testigos de cómo ciertas ONG se convierten en voceras del progresismo extremo. Defienden delincuentes bajo el disfraz de activismo, justifican la violencia como protesta legítima, adoctrinan a niños con ideologías disfrazadas de derechos, y silencian a quienes piensan distinto tildándolos de retrógrados o fascistas. ¿Quién les dio ese poder? ¿Con qué autoridad deciden qué es moralmente aceptable en nuestro propio país?
Estas ONG no son espontáneas. Son estructuras bien financiadas desde el extranjero. ¿Y saben quién las financia? Gobiernos poderosos, fundaciones de magnates, organismos multilaterales que hace mucho dejaron de ser imparciales. No son humanistas: son instrumentos geopolíticos. Su verdadera misión no es ayudarnos, sino mantenernos divididos, indignados, domesticados.
Piénselo bien: ¿por qué razón estas organizaciones no están en Francia, en Japón o en Canadá patrocinando a quienes lanzan piedras a la policía? ¿Por qué solo llegan con su manto de tolerancia a nuestras cárceles, a nuestros barrios marginales, a nuestras cortes? Porque el plan es claro: el Tercer Mundo debe seguir siendo Tercer Mundo. Con pueblos emocionalmente rotos, con jóvenes confundidos, con delincuencia organizada convertida en víctima.
Y peor aún: mientras el narcotráfico avanza, mientras la inseguridad devora las ciudades, estos grupos salen a las calles a exigir derechos para los victimarios, no para las víctimas. Exigen que se trate con humanidad a quienes no mostraron ni un gramo de humanidad con sus víctimas. ¿Eso es justicia social? No. Es complicidad con la impunidad.
Y es aquí donde debe levantarse la voz ciudadana. Porque no es xenofobia ni intolerancia exigir soberanía. Exijamos que estas ONG se registren, que sus fondos se fiscalicen, que sus agendas sean públicas. Y si promueven la desestabilización, la violencia o el debilitamiento de nuestra cultura, que se les expulse. Ya basta de que decidan por nosotros, de que dibujen el mapa de nuestro futuro con tinta ajena.
¿Hasta cuándo América Latina será el patio trasero de los experimentos ideológicos de occidente? ¿Hasta cuándo toleraremos que nos digan cómo debemos vivir, a quién debemos amar, cómo debemos criar a nuestros hijos y qué debemos considerar “progreso”? No. El progreso no es renunciar a la identidad. No es justificar al ladrón ni vestir de héroe al agresor.
Este no es un llamado a la censura, sino a la conciencia. Queremos una Latinoamérica libre, sí, pero libre de manipulaciones. Queremos justicia, pero no la que se compra con subvenciones externas. Queremos progreso, pero uno que se construya con trabajo, educación, orden y respeto.
Desde Ecuador, desde nuestra tierra herida pero firme, este es un grito de advertencia: no permitamos que nos conviertan en un laboratorio social. Es tiempo de cerrar la puerta a quienes, disfrazados de aliados, nos hunden un poco más cada día.
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