Coaching e Iglesias Evangélicas: ¿Despertar o Negocio de la Vulnerabilidad?
Por: Carlos Arturo Bastidas Collantes
Vivimos en una época donde la necesidad de respuestas rápidas supera a la paciencia de la búsqueda interior. El dolor, la incertidumbre, el miedo a no encontrar sentido en la vida o simplemente el vacío existencial son caldo de cultivo para que nuevos y viejos modelos de “salvación” aparezcan disfrazados de luz, éxito o plenitud. Allí están, con distintos nombres y rostros: el coaching y ciertas ramas del evangelismo moderno. Ambos se presentan como guías, pero, ¿no hacen exactamente lo mismo? ¿No se alimentan de la vulnerabilidad humana en momentos de crisis?
El negocio del alma y de la mente
El coaching, en su esencia más pura, nació como una herramienta de acompañamiento para desarrollar habilidades personales y profesionales. Sin embargo, la realidad es que gran parte de sus actuales exponentes se ha transformado en una industria multimillonaria que promete éxito instantáneo a cambio de cursos, talleres y programas que cuestan fortunas. La promesa siempre es la misma: “descubre tu mejor versión”, “rompe tus cadenas”, “tú eres el único obstáculo de tu felicidad”.
¿Acaso no es el mismo discurso que escuchamos en muchos templos evangélicos modernos? Se ofrece la sanación, la prosperidad económica y hasta la solución mágica a las desgracias cotidianas. El discurso suele tener un común denominador: paga para acceder a la bendición.
El ser humano, en su fragilidad, se convierte en cliente. Lo que debería ser un proceso de autoconocimiento o de fe se reduce a una transacción comercial. Un negocio vil que explota el dolor humano, disfrazado de espiritualidad o desarrollo personal.
Martín Lutero y el despertar de la conciencia
La historia no es ajena a estas prácticas. En el siglo XVI, la Iglesia Católica vendía indulgencias: papeles firmados que supuestamente perdonaban los pecados a cambio de dinero. Fue en ese escenario donde un joven monje alemán, Martín Lutero, levantó la voz. Con sus famosas 95 tesis, denunció la corrupción espiritual que se había convertido en comercio de almas.
Lutero fue un hombre profundamente religioso que se rebeló contra el sistema que mercantilizaba la fe. Su voz no fue la de un enemigo de Dios, sino la de un creyente que buscaba la verdad. Y en su rebelión, dio inicio a una de las revoluciones espirituales y sociales más grandes de la historia: la Reforma Protestante.
Lo interesante es que, quinientos años después, seguimos viendo las mismas dinámicas con distintos nombres. El negocio de la fe no ha muerto: mutó, se adaptó y ahora se llama coaching o evangelismo de prosperidad. Los que supuestamente profesan el luteranosmo hacen exactamente lo contrario.
¿Despertar o seguir dormidos?
La pregunta que debemos hacernos como sociedad es simple: ¿realmente buscamos despertar o solo queremos un placebo que nos haga sentir mejor por unas horas? Tanto el coach que vende charlas motivacionales de miles de dólares como el pastor que exige diezmos desmedidos juegan con la misma carta: la vulnerabilidad del ser humano.
El verdadero despertar no se compra. No hay curso, no hay seminario, no hay templo que pueda hacer el trabajo que nos corresponde a cada uno: conocernos, enfrentar nuestras sombras, aceptar nuestras limitaciones y buscar un propósito que no dependa del bolsillo de otro.
La historia de Lutero nos enseña que abrir los ojos es un acto de valentía, pero también de consecuencia. Señalar al poder económico de la fe en su tiempo lo convirtió en enemigo del sistema. Hoy, cuestionar a los nuevos mercaderes del alma —coaches y pastores de prosperidad— podría generar la misma incomodidad. Pero es necesario.
Conclusión: un llamado a la conciencia
Ni el coaching ni la religión, en sí mismos, son malos. El problema radica en lo que hemos permitido que se conviertan: industrias que venden promesas en lugar de fomentar procesos reales de crecimiento y fe genuina.
La humanidad no necesita más “gurús” ni “mesías financieros”. Lo que necesitamos es despertar, aprender a pensar, dudar de los discursos fáciles y recuperar el poder de nuestra conciencia. Si algo nos enseñó Lutero es que ningún hombre debería ponerle precio a la fe o al desarrollo humano.
Abramos los ojos: el dolor no debe ser una mercancía y la esperanza no puede estar hipotecada.
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