Tango y el Legado de un Veterinario
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Hoy tuve que despedir a uno de los primeros pacientes que llegaron a mi clínica veterinaria. Su nombre era Tango, y en cada latido de su corazón se escondía la historia de una familia entera. Lo conocí cuando apenas tenía dos meses de vida, lleno de torpeza y esa inocencia canina que derrite cualquier mal humor. Hoy, quince años después, me tocó acompañarlo en su último viaje, y aunque fue un momento doloroso, también fue profundamente gratificante.
Vi crecer a los hijos de la familia, hoy ya adultos lloraban como niños al abrazar por última vez a su compañero. En ese instante entendí, con una claridad que atraviesa el alma, lo que significa ser veterinario: no solo cuidamos animales, también somos testigos y guardianes de los recuerdos más puros de la vida de una familia.
Mientras sostenía la jeringa con la que lo ayudaría a cruzar el arcoíris sin dolor, sentí un nudo en la garganta. No había tratamiento que ofrecer, no había milagro que prometer. Pero sí había algo más poderoso, la gratitud infinita de una familia que nos confió lo más valioso de su vida durante quince años. Al final, cuando todo terminó en silencio, ellos me enviaron un mensaje a WhatsApp que decía “Gracias doctor, ustedes son los mejores”.
Esa frase, tan sencilla y tan profunda, me recordó que ser veterinario no es un trabajo cualquiera. Somos los confidentes de las alegrías y las tristezas, los traductores del lenguaje animal, los que alivian dolores invisibles y los que, en ocasiones, dan el último adiós con dignidad y amor.
Hoy Tango me enseñó una última lección, nuestra labor no se mide en cirugías exitosas, ni en tratamientos costosos, ni siquiera en diagnósticos certeros. Nuestra verdadera grandeza está en la huella que dejamos en cada familia que nos abre la puerta de su hogar y de su corazón.
A mis colegas veterinarios, les digo desde lo más profundo, nunca olviden lo que somos capaces de significar. Podemos ser la diferencia entre el sufrimiento y la paz, entre la desesperación y la esperanza. Podemos ser esa figura que, en silencio, une generaciones y recuerdos. No somos simples médicos de animales, somos guardianes de historias, arquitectos de memorias y acompañantes en los momentos más humanos que existen.
Hoy, con lágrimas en los ojos, agradezco a Tango y a su familia por recordarme el verdadero sentido de mi vocación. Y si alguien que lee estas palabras se siente cansado, desmotivado o abrumado por la rutina, quiero decirle algo, cada paciente que atendemos, cada familia que nos abraza al final de un camino, nos convierte en eternos.
Tango ya no está aquí, pero su recuerdo vivirá en mí y en su familia para siempre. Y ese es el regalo más grande que puede recibir un veterinario: saber que nuestra labor, aunque llena de despedidas, también está colmada de amor y gratitud
Carlitos y Pame gracias de corazón ❤️ por tanto amor para mí gran amigo mi tango, gracias por salvar tantas veces su vida y por estar presente en la vida de mi TANGO 😭 no tengo palabras ni fuerzas perdí a mi gran compañero 🐶
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