"Antivacunas: la epidemia de la estupidez peligrosa"
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la tos ferina era una pesadilla recurrente para padres y médicos. Pero gracias a la vacunación, la ciencia logró lo que parecía imposible: controlarla. Hoy, en pleno 2025, Quito se ve nuevamente amenazada por esta enfermedad, no por falta de recursos, sino por algo mucho más peligroso: la estupidez voluntaria de quienes se niegan a vacunar a sus hijos.
Es indignante, alarmante y francamente inaceptable que, en nombre de una supuesta "libertad", un grupo de individuos sin formación médica y con exceso de ego estén poniendo en riesgo la salud pública. Esa nociva fantasía de que cada quien puede hacer lo que le da la gana con su cuerpo pierde todo valor cuando se convierte en una amenaza para el prójimo. No vacunar es como manejar en estado etílico: una decisión irresponsable que puede matar a otros. Punto.
Las vacunas no son una moda ni un experimento sin control. Son el fruto de décadas de investigación, millones de vidas salvadas y consensos científicos indiscutibles. Aun así, este grupillo de iluminados con WiFi, pero sin neuronas, prefiere creer en videos de TikTok antes que en la evidencia médica. Rechazan la ciencia pero no dudan en correr al hospital cuando su hijo se ahoga por una tos que ellos mismos provocaron con su negligencia.
¿Libertad? Claro que sí. Pero la libertad tiene límites: termina exactamente donde empieza el derecho de los demás a vivir sanos, seguros y sin ser contagiados por enfermedades prevenibles. Si quieren jugar al colapso sanitario, que lo hagan en una burbuja aislada, un gueto antivacunas del que no puedan salir. Porque la salud pública no es negociable, y si alguien prefiere el oscurantismo a la ciencia, entonces que no arrastre consigo al resto de la sociedad.
No se trata de opiniones. Se trata de hechos, de vidas, de niños indefensos que no eligen nacer con padres ignorantes. ¿Que suena duro? Es que ya no se puede ser tibio frente a lo que es claramente una amenaza colectiva. Y sí: deberían haber sanciones penales, porque cuando una decisión individual puede desencadenar una epidemia, eso no es un estilo de vida, es un crimen social.
Vacunar es un acto de amor, de responsabilidad y de respeto. No hacerlo, hoy más que nunca, es una forma cruel de ponerle fecha de caducidad a la salud de todos.
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