“Donde Quiero Quedarme: La Clínica Veterinaria que Hace Feliz a un Veterinario”
Por Carlos A. Bastidas C.
No se trata solo de un consultorio bien iluminado o de un ecógrafo de última generación. Tampoco basta con un quirófano impecable o una recepción con olor a vainilla y lavanda. Para que un médico veterinario sea verdaderamente feliz en su lugar de trabajo, una clínica debe tener algo más profundo, más humano y más trascendental: debe tener alma.
Porque cuando uno elige esta carrera –muchas veces con el corazón más que con la razón– no lo hace por fama, ni por dinero, ni por horas libres. Lo hace por vocación. Y esa vocación necesita de un ambiente fértil para florecer. Una clínica veterinaria puede ser ese jardín donde el amor por los animales se transforma en medicina, en ciencia, en servicio. Pero para eso, el terreno debe ser el correcto.
Primero, hablemos del ambiente laboral. Ese intangible poderoso que puede levantar o destruir carreras. No hay nada más corrosivo que un clima tóxico: jefes que gritan, colegas que compiten con veneno, chismes que circulan más que el parvovirus. En cambio, cuando hay respeto, compañerismo y apoyo, el alma del veterinario respira. Y cuando respira, se inspira. Porque no hay bisturí más preciso que aquel que se empuña con paz interior.
Ahora, la infraestructura. Sí, los equipos importan. Porque el conocimiento necesita herramientas para volverse acción. Una clínica equipada, limpia, funcional, no solo permite salvar vidas: también permite que el veterinario se sienta digno. No hay frustración más grande que saber qué necesita tu paciente y no poder dárselo porque te faltan recursos. El talento necesita espacio y condiciones. Sin ellas, se marchita.
Y claro, el dinero. A veces parece que hablar de salario en veterinaria fuera pecado. Pero no lo es. Amar lo que haces no significa hacerlo gratis. Un sueldo justo y prestaciones de ley no son lujos, son derechos. No solo garantizan estabilidad, también dignifican el trabajo. Un veterinario que puede pagar su renta, comer bien, ir al médico y ahorrar un poco para su futuro es un veterinario que puede concentrarse en curar, no en sobrevivir.
Pero hay algo más, lo más importante de todo: el equipo. Esa familia elegida con bata y estetoscopio. Cuando tienes un grupo que te aplaude los logros, te levanta en las caídas, celebra tus cumpleaños y te cubre cuando estás enfermo, el trabajo deja de ser rutina y se convierte en propósito. Un equipo que te motiva a aprender, a mejorar, a dar más, es un tesoro. Porque cuando uno siente que pertenece, se queda.
Una clínica veterinaria ideal no es solo paredes y equipos. Es un lugar donde el corazón del veterinario late con ganas de llegar cada día. Un sitio donde se siente valorado, respaldado, escuchado. Un refugio de sueños compartidos, donde los animales sanan y los humanos también.
Por eso, si diriges una clínica, no preguntes solo cuántos pacientes atendiste hoy. Pregunta si tu equipo sonríe, si se siente seguro, si se siente visto. Porque un veterinario feliz no solo es más productivo: también es más humano. Y de eso se trata esta profesión.
De sanar… pero también de ser feliz mientras lo hacemos.
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