La Dura Realidad del Veterinario por Carlos Arturo Bastidas Collantes
En el ejercicio de la medicina veterinaria, nos enfrentamos a dilemas morales y éticos que van mucho más allá del simple diagnóstico y tratamiento. Uno de los más complejos y dolorosos es la decisión de practicar una eutanasia cuando un paciente necesita una cirugía o un tratamiento costoso para seguir viviendo, pero sus tutores no pueden —o no quieren— costearlo. En estas situaciones, los veterinarios nos convertimos en blanco de juicios injustos, señalados por no tener vocación o por ser “negociantes del sufrimiento”. Pero, ¿es acaso justo que se nos exija regalar nuestro trabajo? ¿Acaso otros profesionales harían lo mismo sin cobrar lo que es justo?
El amor por los animales es la razón por la que muchos elegimos esta profesión. Pero la pasión no paga las cuentas, no alimenta a nuestras familias, no cubre los sueldos de nuestros colaboradores ni mantiene en pie nuestras clínicas. A diario nos encontramos con propietarios que creen que por el hecho de amar a los animales debemos atender gratis o cobrar precios irrisorios, sin detenerse a pensar que detrás de cada consulta hay años de estudio, inversión en equipos, insumos costosos y personal capacitado que también necesita un sueldo digno.
Claro que muchas veces ayudamos, reduciendo costos o incluso atendiendo sin cobrar cuando realmente es posible. Pero eso no significa que podamos hacerlo siempre ni que sea nuestra obligación. No somos una casa de beneficencia, así como tampoco lo son los abogados, ingenieros o comerciantes que, curiosamente, nunca regalan su trabajo, pero sí exigen que los veterinarios lo hagamos.
Cuando un paciente necesita una cirugía o tratamiento para seguir viviendo, pero su tutor no tiene los medios para costearlo, nos enfrentamos a una decisión difícil: prolongar el sufrimiento o ponerle fin de manera digna. Aquí es donde entra la eutanasia, no como un acto de crueldad, sino como una muestra de amor y compasión. No es justo bajo ningún concepto que un animal sufra porque su tutor no tiene los recursos o, peor aún, porque no está dispuesto a invertir en su bienestar.
La tenencia responsable implica entender que un animal no es un juguete ni un adorno, sino un ser vivo que requiere cuidados, alimentación, atención médica y, en muchas ocasiones, tratamientos costosos. Adoptar una vida sin asumir esa responsabilidad es un acto egoísta, y en esos casos, los veterinarios no somos los verdugos, sino los únicos que abogan por evitar el sufrimiento del animal.
Es fácil señalar al veterinario como el malo de la historia cuando no se entiende el trasfondo de cada decisión. Nos acusan de solo pensar en el dinero, cuando en realidad lo que buscamos es ejercer nuestra profesión con dignidad, sin humillaciones y sin ceder ante la ignorancia de quienes creen que nuestro trabajo debe ser gratuito.
Nuestra vocación no se mide en la cantidad de servicios que regalamos, sino en nuestra capacidad para aliviar el dolor animal sin desproteger nuestra propia estabilidad económica y emocional. Evitar el sufrimiento animal es nuestra razón de ser, pero no a costa de nuestra dignidad.
La gente debería comprender que, así como ellos en sus trabajos y negocios esperan una remuneración justa, nosotros también. No se trata de no tener vocación, sino de exigir respeto por nuestra profesión, porque al final del día, el amor por los animales no debería significar sacrificarnos hasta la miseria.
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