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Ser Veterinario: Donde los Sueños Aprenden a Latir

Ser Veterinario: Donde los Sueños Aprenden a Latir

Por Carlos Arturo Bastidas Collantes


Hay profesiones que se eligen, y hay otras que nos eligen. Ser veterinario es de esas últimas. No es solo una carrera, es una promesa que hicimos cuando éramos niños y miramos a los ojos de un animal herido con la certeza de que, si pudiéramos, le devolveríamos el mundo.


Ser veterinario es crecer con un corazón enorme, pero también con las rodillas raspadas de tanto caerse y volverse a levantar. Es tener manos que acarician y también manos que cortan con bisturí. Es mirar la vida desde abajo, a ras del suelo, al nivel de quienes no hablan pero sienten más que nosotros. Es tener la piel dura para soportar los golpes, pero el alma tan suave que se rompe con cada pérdida.


Muchos nos dijeron que estábamos locos, que eso no daba dinero, que para qué estudiar tanto si al final atenderíamos perros y gatos. Nos preguntaron por qué no Medicina, por qué no Derecho, por qué no otra cosa. Y nosotros solo callamos, porque sabíamos que el amor no se explica. Solo se siente.


La verdad es que ser veterinario duele. Duele el cuerpo después de jornadas eternas, duele el corazón cuando un paciente se va. Pero también es la mayor dicha que puede existir. Es ver a un cachorro respirar después de una cirugía. Es devolverle el hambre a un gato anoréxico. Es ver brincar a un perro que días antes ni se podía levantar. Es recibir la mirada agradecida de un tutor que nos dice sin decir: Gracias por salvarme a mi familia.


Y no podemos olvidarnos del campo. De esos amaneceres fríos donde el aliento del caballo se mezcla con el vapor del café caliente. De la nobleza inmensa de una vaca que nos mira mientras asistimos su parto, como si supiera que vinimos a ayudarla. Ser veterinario también es cabalgar en medio de la neblina, meter las botas en el lodo, dormir en hamacas al lado de corrales y curar con el alma en cada rincón de la montaña. Es caminar entre pastizales y saberse parte del ciclo de la vida. Porque allí, donde el WiFi no llega, sí llega la vocación más pura.


Los veterinarios rurales son los poetas de lo invisible, los guardianes del alimento, los médicos de los gigantes nobles que sostienen la economía de nuestros pueblos. Cada ternero salvado, cada yegua atendida, cada vacunación en medio del calor o la lluvia, es una victoria silenciosa que merece aplausos que pocas veces llegan.


Ser veterinario es vivir en un torbellino de emociones. Hay días en que sentimos que no podemos más. Que el cansancio nos tumba, que la indiferencia social nos margina, que el peso del sufrimiento animal nos parte en dos. Pero luego pasa algo: un ronroneo, un lamido, una mirada que brilla, una vida que vuelve. Y entonces recordamos por qué seguimos aquí.


No todos entienden lo que hacemos. No todos saben que lloramos en silencio cuando el consultorio se vacía, que nos tragamos las lágrimas para ser fuertes por los demás, que cargamos con la culpa aunque hayamos hecho todo bien. Pero también hay algo que no todos tienen: la capacidad de sanar sin palabras, de amar sin condiciones, de luchar por los que no pueden defenderse.


Ser veterinario es vivir entre batas, sangre, pelos, estiércol y esperanza. Es querer rendirse y no hacerlo. Es tener miedo y aún así seguir. Es ser héroes sin capa, médicos sin reconocimiento, artistas del silencio. Es vivir al límite del dolor, pero también al borde del milagro.


A ti, colega, que lees esto en un momento difícil, que sientes que no puedes más, te digo: no olvides por qué empezaste. No olvides al niño que fuiste, al primer animal que salvaste, al primer cliente que te abrazó. No olvides que esta profesión no es para cualquiera. Es para valientes. Para soñadores con cicatrices. Para humanos que decidieron que su vocación es cuidar a otras especies, grandes o pequeñas, domésticas o de campo.


Levántate. Sacúdete el alma. Vuelve a amar lo que haces. Porque mientras haya animales que necesiten ser escuchados con el corazón, tú y yo, veterinario, seguiremos siendo imprescindibles.


Porque ser veterinario no es solo lo que hacemos. Es lo que somos!






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