¿Y si los veterinarios no existiéramos?
Por Carlos Arturo Bastidas Collantes
Imagina por un momento un mundo sin médicos veterinarios. Solo por un instante, quita de la ecuación a quienes estudiamos más de cinco años , mas el tiempo de postgrado, la maestría, el.doctorado para entender a los animales, a quienes pasamos noches enteras luchando por una vida que no habla, a quienes trabajamos en silencio mientras el mundo sigue su curso. ¿Qué pasaría si, de un día para otro, dejáramos de existir?
Lo primero sería evidente: tus mascotas, esos compañeros de vida que te esperan moviendo la cola o ronroneando en el sillón, quedarían a su suerte. Sin quien los vacune, sin quien los atienda cuando enferman, sin quien los acompañe dignamente en su despedida. Pero eso apenas es la superficie.
Piensa más allá: ¿quién garantiza que los alimentos que consumes, los lácteos que bebes, la carne que llega a tu plato, están libres de enfermedades? ¿Quién vigila la salud de los animales de producción para evitar epidemias? ¿Quién controla las zoonosis, esas enfermedades que pueden saltar del animal al humano como la rabia, la brucelosis o la gripe aviar? Spoiler: nosotros, los veterinarios.
Ahora imagina hospitales colapsados por enfermedades que antes eran contenidas en los corrales, en las granjas, en la selva. Epidemias sin control. Producción de alimentos paralizada. Colapso económico rural. Hambre. Muerte. Esa es la cadena invisible que sostenemos día a día sin que muchos lo noten.
También somos los guardianes del equilibrio ecológico. Trabajamos con especies silvestres, protegemos hábitats, rehabilitamos fauna herida. Sin nosotros, los ecosistemas tambalean. Y cuando la naturaleza tambalea, también lo hace el ser humano. Porque todo está conectado. Porque el bienestar animal es, en esencia, bienestar humano.
Somos veterinarios, sí. Pero también somos epidemiólogos, cirujanos, docentes, investigadores, psicólogos de familia cuando llega el duelo, y, sobre todo, servidores públicos aunque la mayoría trabaje en privado. Servimos cada día, incluso cuando no nos ves.
Ese bife jugoso que te comiste, esa leche en el desayuno, ese perro sano que duerme contigo, ese paseo sin miedo a un murciélago con rabia, esa vacuna que te protege de enfermedades transmitidas por animales… todo eso lleva el sello invisible de un veterinario.
Y sin embargo, somos los grandes olvidados.
Este ensayo no es una queja. Es un llamado. A la conciencia. Al respeto. A la valoración real de una profesión que toca la vida de todos, todos los días. Porque aunque no nos veas, estamos ahí. Si los médicos humanos salvan personas, los veterinarios salvamos al planeta entero.
Así que la próxima vez que mires a tu mascota a los ojos, que bebas un vaso de leche, que comas un trozo de carne, o que camines tranquilo en un mundo más sano, recuerda que un veterinario estuvo allí. Que existimos. Que somos necesarios. Que, sin nosotros, el mundo sería un lugar mucho más caótico y triste.
Y que, por fortuna, aún estamos aquí.
Firmes. Luchando. Cuidando la vida. Todas las vidas.
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Excelente reflexión! Larga vida y salud para la mejor profesión del mundo!
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